La búsqueda de la verdad expresada en el arte

Antonio Gómez

Historiador del Arte. Universidad de Sevilla

anfragove@gmail.com

La búsqueda de la verdad, de lo superior, de lo transcendental, siempre se ha realizado a través del intento de expresión y reflexión que es el Arte. Condenado a la innovación en el plano de lo abstracto, en aquello que rige los principios fundadores y sustentadores de cada etapa humana en función de sus propias necesidades, las diferentes etapas del Artese pueden comparar con los diferentes bocetos del florentino Leonardo Da Vinci en los que se atrevía a soñar con lo imposible, con lo teóricamente inalcanzable.

El primer boceto sería la Prehistoria, en la que se plasman en las profundidad es de las cuevas, aquel lugar mágico iluminado por el tenue vaivén de luz nacido del fuego que acompaña al artista en su viaje a través de lo natural, es decir, de lo desconocido, donde creaba intentando dar respuesta a los fenómenos y comportamientos que no entendía pero que observaba a su alrededor.

El segundo boceto es el arte clásico, que se sumergió en la búsqueda de la belleza, de lo ideal, entendido como armónico y proporcionado, una incógnita que llevaron a su máxima expresión al intentar reflejar la naturaleza humana con la expresión de sentimientos, dejando una gran lección: observad el exterior, pero la belleza del alma sólo se aprecia a través de leves matices que permiten dotar de vida a cualquier sujeto u objeto que carezca de ella.

La creación de Adán

La creación de Adán, obra de Miguel Ángel (https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/5b/Michelangelo_-_Creation_of_Adam_%28cropped%29.jpg).

La Roma imperial dotó de practicidad al arte, usándolo como herramienta propagandística, sin embargo, el arte románico, logró dar una nueva utilidad a la herramienta denominada arte: por primera vez en la historia, se hace una aplicación didáctica del arte destinada a educar a una sociedad analfabeta, que encontró en el arte la narración de aquellos extraños símbolos plasmados con tinta que sólo unos elegidos eran capaces de interpretar.

El tercer boceto, el gótico, elevó a la máxima expresión el intento de llegar al Reino de los Cielos a través de aquellos pináculos que rematan sus catedrales, como si se tratará de la yema del dedo de Adán intentado tocar la de su Creador en la magnífica escena de la Creación interpretada por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.

El cuarto, el Renacimiento, recuperar y elevar aquella intencionalidad griega de alcanzar la belleza, que como si se tratase del propio Da Vinci escuchando atentamente a su maestro Andrea del Verrocchio, los artistas renacentistas leyeron y difundieron aquellos tratados de los clásicos que les permitió recuperar la búsqueda de lo ideal, logrando elevar a su máximo exponente tal característica junto con las características practicidad y propaganda de la Roma imperial para elevar a la categoría de sacro a sus dirigentes imperiales y reales.

El quinto, el Barroco, el horror vacui, traducido como el miedo al vació en la escena artística, es decir, un reflejo del temor humano a sentir ese vacío existencial que inunda al hombre en determinados momentos a lo largo de su camino.

El sexto es el Neoclasicismo, ese intento de vuelta a la sencillez tras la teatralidad y movimiento característico del Barroco, donde se busca la pausa y tranquilidad que busca todo sabio experimentado al final de sus días.

Finalmente, en séptimo lugar, el impresionismo, modernismo y arte vanguardista, que tras intentar dar respuesta a la naturaleza, la belleza, y la existencia y conexión humana con Dios, se pasa a plasmar los paisajes y lo abstracto, donde ya no tiene el hombre, ni Dios, el papel protagonista, sino que lo toman aquellos espacios, símbolos, expresiones que pretenden descubrir y, sobre todo, desahogar y desentrañar el mayor reto de la Humanidad: los sentimientos, los pensamientos,  y los comportamientos humanos.

Por lo tanto, para mí, la Historia del Arte es el reflejo del continnum que explica la incansable e insaciable persecución, a capite ad calcem, de dar respuesta ante toda realidad que, en principio, es desconocida, dando como resultado una caótica subjetividad que hace de fuerza motriz en la continuación de la búsqueda de la verdad que, dicho sea, nunca será descubierta, pues hay tantas verdades como sujetos pensantes.

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